lunes, 10 de enero de 2000

Ejercicio Dos




(Rodrigo Hidalgo & Karina Cárdenas)




Sra. Ángela Figueroa Contreras:


Le dirijo la presente a través de todos los diarios del país para pedirle encarecidamente que tenga a bien, siguiendo el mismo procedimiento, informarle al país entero dónde es ubicable, cuál es su paradero y ojalá un número de teléfono.
El caso, señora mía, es que en el directorio telefónico hay un error: su nombre sale como domiciliado en mi casa y su número corresponde en realidad al mío. Lo más cómico es que dicha información debe estar en manos de todos quienes con usted tienen contactos o negocios. ¿Cómo ha sido posible esto? No lo sé. Lo real es que de un tiempo a esta parte –digamos 3 años- a usted la llaman a mi casa.
Tengo, más que pedirle, que rogarle que se ponga en mi lugar. Usted debe saber que más fácil es pedirle esto, que conseguir que la Compañía de teléfonos comprenda el error y lo enmiende. Como le digo, hace años que vengo presentando una queja para que rectifiquen la información sin obtener resultados. Curiosamente cuanto he insistido con la compañía de teléfonos, lo mismo que con los que evidentemente son sus acreedores, e incluso con sus conocidos y amigos, ha sido en vano. No entiendo tampoco cómo es que las casas comerciales donde tienen sus datos, y que persisten con una majadería absurda, no entienden de una vez que “acá no vive ni ha vivido nunca ninguna Ángela Figueroa Contreras”. Me parece objetivamente que para todos es misterioso el que estas casas comerciales se resignen tan cómicamente a golpear una puerta que no es, que inviertan tiempo y personal en ello, y que pierdan supongo sumas de dinero que ahí ya no sé a cuánto ascenderán.
Corresponde que aclare algo. Verá: nunca pudo el 5568670 haber sido de nadie más que mío y de mi esposa, pues el departamento lo compramos cuando recién hubo sido terminado de construir, hace ya 25 años, y la línea fue contratada y colocada por nosotros mismos sin que a la fecha hayamos cambiado de número.
Nota al margen merece la angustia de otras personas, sus cercanos, que no es menor. A estas alturas comprenderá que hemos optado por conversar derechamente con todos quienes le llaman a usted, y en ese sentido me permito felicitarla por la gran cantidad de amigos y amigas que están al menos de la boca para afuera preocupados por usted. Como puede apreciar, he tenido que investigarla un poco, y sabe usted muy bien que no están los tiempos para eso. Quiero ser muy claro: me refiero a las olas de secuestros que se suceden en nuestro país desde hace un tiempo. En ningún caso estoy aludiendo a lo que los marxistas y los cerdos comunistas andan diciendo por ahí en alusión al Gobierno de mi General. Proclamo públicamente mi posición apolítica pero simpatizante del régimen.
Como verá soy una persona pacífica y razonable. Y he pasado de la inicial rabia al desconcierto más absoluto y a la desesperación más bien. Le llaman a usted en los momentos más insólitos e inoportunos. Me siento completamente víctima de una virtual usurpación de número telefónico.
Otra cosa que no entiendo es cómo civilmente ha podido usted vivir durante estos últimos años. Y cómo su caso no ha llegado a las noticias, siendo sus amigos tantos. ¿Está usted desaparecida o secuestrada? No lo tome a mal: ¿está segura de que no se habrá muerto? Perdóneme. Al menos según el Registro Civil, no. Insisto: no es mi intención por supuesto desearle ninguna tragedia. Por favor. Lo cierto es que hace rato le perdieron la pista, parece, no lo sé, es como si se la hubiera tragado la tierra… me pregunto: ¿se estará usted escondiendo de alguien?
Por último, junto con pedirle señora mía que dé noticias públicas de su situación, y con informar a la ciudadanía que usted no vive en mi casa ni tiene mi número; aprovecho este espacio para pedirle públicamente a Investigaciones de Chile, que se apiade de mí e interceda para ubicar a la ciudadana Ángela Figueroa Contreras.
Sin otro particular, me despido atentamente.


Alberto Nicanor Paredes Paredes
10.777.013-2
Domiciliado en Calle Roberto Espinoza 1530,
Población Huemul, block 24, departamento 2-C. Teléfono 5568670.
Santiago, 24 de octubre de 1980

(Rodrigo Hidalgo)



Santiago, 1 de Noviembre 1980.

Sr. Alberto Nicanor
Me es bastante difícil responderle, pero de todas formas lo haré pese a los inconvenientes.
Le escribo porque sorprendentemente, me han enviado en un sobre la carta recortada que usted ha publicado en el diario, y que hace unos días he encontrado en la puerta de mi casa, lo cual ha decir verdad me molestó mucho, pues es evidente que la gente perdió el habito de dejar la correspondencia en los buzones. No es que me moleste la pérdida de hábito, sino la posibilidad de nunca haber recibido algo tan importante para mí como esto.
La sola posibilidad de que no hubiera ocurrido me hace sentir un escalofrío en mi espalda.
Agradezco a quien haya sido, pudiendo probablemente ser un amigo, que quiso ayudarme en mi desesperación.
Ahora bien, y volviendo al asunto, me he atrevido a responder su carta, aún sabiendo que no es conmigo con quien necesita aclarar ésta situación que a usted tiene tan conmocionado.
Le cuento que yo he conocido a Ángela en éste último tiempo, y le aseguro que el enigma sobre ella no lo tiene solo a usted aproblemado, si yo fuera a contarle toda la historia creo que incluso podría ponerse en mi lugar, aunque a decir verdad el temple de su escritura me dió a entender que es un hombre muy duro.
Ángela, una estudiante más de Historia que conocí en la facultad, llegó por casualidad a mi vida, presentada por otro amigo, en un día en que todos nuestros compañeros se habían reunido para decidir que hacer con el posible cierre de nuestra escuela.
Así fue como la conocí, ella lideraba la asamblea y yo por invitación de un profesor me quede para oír como resolverían el asunto.
Le explicaré que yo soy un estudiante de primero de la misma escuela y que en asuntos de ésta magnitud nunca pensé en participar.
Pero el destino me había preparado otro camino, así que entre aplausos, discursos, y planes de acción, terminé acercándome a ella, admirado por su locuacidad y compromiso. (Lo cual a decir verdad se mezclaba con su hermosa cara de niña, que contrastaba enormemente con su fuerza al hablar).
Así pasó el tiempo, y nos convertimos en grandes amigos, hasta que un día sin más preámbulo decidí que era la mujer por quien el mundo había cambiado para mí, y era con ella con quien yo, lo volvería mío.
Si yo pudiera contarle de los días, en que solo con un trozo de pan, y una bebida, aguantábamos las largas jornadas de organización universitaria, y de cuantas noches que entre canciones y, poesía, nos sentíamos dueño de una profecía que pronto se cumpliría y que nos haría libres.
Si yo pudiera, pero la verdad no sería prudente revelar tantos secretos, sentimientos profundos, cada uno con el corazón en las calles, buscando siempre, por siempre, ella y yo, nosotros y los demás.
Pero el destino otra vez hubo de volcar mi suerte, y así como apareció, en un instante se perdió, y fui a buscarla por todos nuestros lugares, preguntándole a los compañeros, a los amigos, en cada esquina, por las iglesia, las morgues, los cuarteles, y nadie pudo darme razón de ella, hasta que un día encontré entre sus libros un carnet de la universidad donde aparecía su dirección, a donde sin dudar la fuí a buscar.
Así yo y un amigo, fuimos una noche y al tratar de mirar por una ventana, la vimos a ella, discutir con un hombre y una mujer que lloraba, entre gritos. Y ella con un bolso en mano, recogía unos libros rotos en el suelo.
Quise ayudarla y rescatarla de tanta violencia e injusticia, al escuchar decirle al hombre: papá ahora yo decido que quiero, y tú no me dirás como es el mundo, yo ya lo he conocido lo suficiente, abre tus ojos, ¿o me matarás como lo ha hecho éste gobierno? Tortúrame, humíllame, pero ya no puedes volver a tras soy más libre que tu, más que todo quien quiera rebatirlo. Que tristeza que tengas tanto odio en tu corazón…
Fue ahí donde ella recibió un golpe y cayó al suelo. La madre rápidamente la levantó y ella sin orgullo la besó, y salió corriendo hacia la puerta con las pocas cosas que alcanzó a recoger.
Corrimos detrás de ella, hasta que al fijarse que era yo se detuvo y me dijo que por favor la dejara sola, que quería pensar y que nos veríamos por la mañana en la facultad.
Si pudiera describirle el miedo que sentí al besarla, y escucharla decir que me amaba. Fue como una señal que me advirtiera que no podía dejarla ir, pero lo hice, y de eso me he de arrepentir por siempre.
Eran las 11 de la noche y yo la dejé ir sola. Nadie como yo merece perdón, solo ella podría hacerlo.
Pero nadie como usted podrá recibir perdón alguno que lo haga morir en paz, ningún padre con un mínimo de amor por su hija la habría obligado a huir de casa y perderse en la noche, exponiéndose a una dictadura que fluye por la calles, y nos persigue hasta en nuestros sueños.
Tal vez porque no era su padre verdadero, pero yo se que usted la crió desde que nació, y que la amó, como si fuera propia.
Sí, se cada historia desde que usted se casó con su madre, cuando ella con 5 años, le tomaba la mano y caminaba feliz por el parque, o cuando un día usted decidió adelantar la navidad, para pasarla con su familia, pues debía viajar por un trabajo al norte.
Sé cuanto la amó, y es por eso que me desconcierta su actitud tan hostil hacia ella.
Pero sé que su dolor debe ser más fuerte que el mío, y el de todos quienes aún esperamos su regreso, sé de su desesperación e insomnio, créame también lo vivo.
Porque sé que la busca incansablemente, y que éste recurso es el único que podría acercarla a ella, si es que un día cae en sus manos, el diario con la página abierta de las cartas del público publicadas por las mañanas.
Porque éste es el último recurso que le quedó antes de tener que resignarse y exponerse a revelar la verdad, como lo de los de los panfletos, de las conversaciones empapadas de revolución de los almuerzos familiares que terminaban en peleas, de las huidas por la ventana para asistir a la asamblea con los compañeros, de aquella noche cuando su hija le contó que se dejaría la universidad para unirse a sus compañera y liberar éste país.
Noche en donde usted con rabia la golpeo tan fuerte que calo su rabia hasta el fondo de su corazón y destruyo la única familia que hubo de conocer usted desde que nació.
No lo culpo, porque no soy yo quien lo juzgará, sé que el miedo transformo a la gente, y que por temor a perder su familia, tuvieron que sumarse y permitir una caravana de terror y dolor que somete y ultraja día a día a éste país.
No lo culpo, por que sé de todo su show, en busca de una mujer que sin vergüenza dió su teléfono y dirección para ser ubicada, y que probablemente prefirió al ser capturada entregarse para que no fueran por su familia.
Solo le pido que sí en su búsqueda por Ángela, logra que un día ella le conteste, y confirma que ésta viva y no en las manos de los captores, le diga que yo también la sigo buscando y que la amo.
Solo le pido que usted le diga que usted también lo hace y que entre todos podemos cuidarla, y ayudarla a construir sus sueños.
Me despido, disculpándome por no firmar con mi nombre y dirección, y por tener que dejar ésta carta en el piso de su patio donde prontamente la encontrará, pero usted no tiene buzón.
(Karina Cardenas)




(Alvaro Cordero & Eugenia Prado)

Claudia,

Quiero que sepas que para mi es muy difícil decirte esto, pero dadas las circunstancias me parece que es preciso. Si quieres que te explique por qué te besé en los labios cuando nos quedamos a solas en las duchas, me temo que no puedo. O mejor dicho, creo que ahora si. Hay cosas que suceden como una especie de movimiento reflejo del que después puedes encontrar sus causas, pero también sus repercusiones. Debe haber comenzado cuando terminé con Antonio, cuando me abrazabas en la plaza aguantando mis ríos de lágrimas estoicamente contra la corriente. Cuando en clase miraba por la ventana y veía las hojas de los árboles cayendo sobre el suelo de otoño, me volvía inconcientemente a mirarte. No sé como pude ser tan ciega. Su recuerdo no me dejaba en paz, me nublaba la vista, pero cuando el viento por fin se lo llevó, tus rayos cayeron sobre mí dándome serenidad. Hasta esta mañana, cuando te vi desnuda y pude ver lo hermosa que eres. Esos pechos que tantas veces vi cuando te prestaba mi pijama y te quedabas a dormir en mi casa, terminaron por seducirme. Tenía que tocar tu piel, suave y blanca. Juntas, abrazadas desnudas y húmedas besándonos en la inmensidad del espacio es lo más poderoso que he sentido nunca. La confusión en que estaba desapareció y ahora soy libre de decirte que te amo y que eres todo lo que necesito. Sé que al leer estas palabras debes sentirte como yo en un principio, así como también sé que quizás no quieres volver a verme. Créeme que quise decírtelo, pero cuando fui a tu casa nadie abrió la puerta. Sé que estabas ahí, sé que me viste por la ventana, porque percibí un leve movimiento en la cortina. Lo único que quiero hacer ahora es verte, aunque sea por última vez. Juntémonos mañana a las 11 en la plaza. Me pondré la polera de Pucca que te gusta, la que decías que se parece a mí. Te quiero, un beso.



(Alvaro Cordero)



¿Cómo has podido resistirlo?

Has dicho Antonio? Cuando terminé con Antonio? Acaso no recuerdas que era yo quien lloraba por él y que juntas jugábamos a que sería el hombre de mi vida. Sabías que sólo con él me sentía plenamente a gusto. Pronto, empezaron las extrañezas, a veces los sorprendía mirándose y me invadía el horror. Empecé a sospechar.
Cuánto tiempo pasó hasta que se decidieron a contármelo todo? Cuánto tiempo y cuán lejos de mí, cuando mis celos se instalaban inclementes a tus súplicas. Y así lentamente ibas atrapando su atención. Todo para mí se volvió cada vez más terrible hasta cuando supe que estaban juntos y que yo estaría de más. Y todo fue cada vez más lejos de lo que pensábamos, cuando pude verte otra vez de vuelta, pensando que Antonio nada quería de nosotras salvo la rabia de sentirse utilizado, de modo que tu confesión ahora no me sorprende para nada. Sabía que sólo era cuestión de tiempo.
Recuerdas cómo llorabas desconsolada el día que él te dijo que existía otra persona. Recuerdas cómo te abracé tantas veces, para resistir tus lágrimas y éramos cada vez más amigas y más cómplices, cuando yo sólo me ocupaba de acogerte.
Mi querida Claudia, nos imaginé tantas veces abrazadas y desnudas, tan cerca del perfumado tejido, y pensaba en como lo disfrutaríamos cuando estuvieras lista. Y ahora, que el tiempo ha llegado de las confesiones, tengo que confesarte que sí estábamos ahí cuando deslizaste tu carta bajo mi puerta. Finalmente seremos un amor expandido, pues la falta de cordura es lo que nos ha unido desde siempre. Lo que no podíamos entender, era cómo pudiste resistirnos tanto tiempo?
Nos vemos en la Plaza mañana a las once en punto.
Antonio me ha pedido que no faltes.
Con amor, Claudia
(diciembre 21, de 2008)
(Eugenia Prado)





(Pamela Olate & Rodrigo Beas)



Mi más querida desgracia:


Ya no es desde la ira que te escribo. Han pasado meses desde la última vez que nos hablamos, desde que nos dijimos aquellas cosas que el tiempo no borra. Esta misiva es simplemente para pedirte algunas cosas, se podría decir, cotidianas. Quiero pedirte encarecidamente que saques tus cosas de mi departamento. En el dormitorio se te quedó un cajón lleno de gritos. Que desagrado es abrirlo y escuchar tu voz repitiendo las mismas cosas siempre. Que hasta cuando, que para qué, que por qué, que me voy, que ya no aguanto más, que quiero recuperar mi libertad… bah! En el clóset olvidaste tus largos abrigos negros, esos que usabas para cubrir y arrastrar las evidentes derrotas… ¿ahora caminas por la vida como un perdedor?
Debajo de la cama… uf! debajo de la cama está el millar de palabras que alguna vez tuvieron sentido para los dos… amor, complicidad, confianza, locura desmedida, letras, números, música, planes… esas cosas aun no me animo a barrerlas y tirarlas a la basura… si quieres puedes llevártelas, que yo, ya no las necesito, solo requiero el espacio vacio para llenarlo nuevamente con palabras que ahora comparto con otra persona.
En una bolsa, ojo, de género, no de plástico – esas dañan el medio ambiente- deje tus sábanas favoritas, unas suavecitas, las necesitarás, supongo que serán las únicas que acaricien tu piel en los momentos de soledad en que te encuentras. No olvides traer cloro y una esponja, para que limpies con especial dedicación los vómitos pasados, las falsedades que escupías sobre la especial conexión que prodigabas con respecto a tu relación con el universo…
También te pido que cuando vengas, no olvides traer, en una caja azul, mis canciones favoritas, principalmente aquella que habla sobre nosotros, en un parque sentados, yo rescatándote de tu angustiosa y profusa vida gris, y tú rescatándome de la tediosa monotonía de mis atribulados días. Por favor! No las olvides, que desde el día en que te fuiste no he podido oírlas nuevamente.
No quiero molestarte, pero cuando hacías tu maleta, vi que ponías debajo de tus copiosas lagrimas, un trozo de mi orgullo herido, las alegrías momentáneas y mis recuerdos (aquellos que necesito para poder olvidar) Te ruego que me los devuelvas.
Espero cariño, no haber olvidado nada.
Me despido, ya no con deseos incontenibles, ni con un querer inconfesable, simplemente con el amor que tiene un amo a su pequeña mascota ( ¿recuerdas lo que amo a mi perro? )
Bimba.


(Pamela Olate)



QUERIDA:


Una gran sorpresa causaste con tu misiva que más bien parecía un misil en pleno movimiento que te urgía introyectar en alguna parte de mi cuerpo.
Me alegra que practiques un poco de maldad en tus palabras, y que descargues tus rabias. Debo precisar algunas cosillas que me parecen un tanto injustas, sin embargo.
Qué agrado que cuando abras tus cajones escuches mis gritos de libertad, porque la verdad es que me agoté tanto en explicarte una y otra vez el concepto, siempre me quedé con la sensación que no lo entendías.
Y para que te quede más claro: Quiero recuperar mi libertad para liberar mi significante, mirar con agudeza lo que lo otros no ven, sublimar la diferencia, apropiándome del propio deseo. Y para hacer ese complicado ejercicio, no te necesito a mi lado, más bien, me acomoda usar mi abrigo y ocultarme de una multitud enajenada.
Mi querida, pongo en mi duda que usted esté con otra persona, porque, ayer vomité una angustia, tras un sinnúmero de sollozos que me sacudían con largas horas de lagrimas sin llanto. Fue ahí, cuando levanté la tapa del inodoro, suplicándole a diosito que me arrojara al hoyo negro para luego bajar la palanca que me llevó a un largo viaje en las cloacas, un lugar que sentí como propio. Sabes querida, cuando navegaba por los ductos te vi pasar en la dirección contraria, con una mirada invisible y un aborto fantasma en la mano. Antes, de saludarte, preferí seguir babeando angustia para desembocar en el mar.
Mi querida, no todo es malo en la vida, pero cada uno debe enfrentar sus diablos a solas y no insistir empecinadamente en hacerlos bailar una danza tétrica.
Yo tuve momentos felices contigo, que se relacionan con la energía del universo esa que hablas en tu misiva-misil, pero que pareces no comprender del todo. Recuerdas cariño cuando, amarrados a un árbol, nos hacíamos el amor, compartiendo, fundiéndonos con un entorno frondoso, mientras inventábamos a destajos juegos y reíamos. Nada importaba. ¿Recuerdas? Sólo tú y yo y nuestra construcción que nació bajo el alero de una continua reinvención de movimientos, percibiendo el mismo ruido el mismo goce, una sincronía hermosa. La voz del universo, un sonido cósmico nos recorría, colmando todos nuestros orificios hasta el infinito. Brotaban secreciones, se mezclaban conformando un cocimiento, era nuestro amor.
Así era, nuestro amor, y ya no lo es. Un beso tu perro


(Rodrigo Beas)