sábado, 17 de enero de 2009

Ejercicio Cuatro


(Pamela Olate)



Me escondo, entre estas cajitas con olor a perro mojado, con pavor escucho sus pesados pasos… las muñecas de porcelana me miran con sus impávidos rostros, con un grito silencioso les pido que me ayuden, pero ellas con sus también silenciosas voces se ríen de mi, con carcajadas que traspasan cada uno de mis poros dilatados. No creo poder soportar nuevamente sus inmensas manos sobre mí, tocándome, con sus dedos callosos y duros, con esas palmas ásperas y a la vez húmedas, ávidas de poseerme como a un animal abandonado, tampoco creo poder soportar su cuerpo sobre mi cuerpo, su gran espalda llena de pelos, su piel pálida, como si jamás lo hubiese tocado un rayo de sol… Toma mi cuerpo frágil recogido como feto, ya mis dedos casi invisibles son succionados por mi palidecidos labios, como esperando obtener un acido jugo que destroce mis sesos y mis piernas casi inertes… No puedo olvidar el comienzo de todo, su halito sobre mis orejas, su olor a cerdo recién almorzado, su olor a viaje de trece horas… Su mirada, profunda y siniestra se apodera de la mía, me posee con más fuerza que su propio cuerpo, me subyuga a sus más oscuros deseos, sus ojos negros se posan sobre mi, como dos grades cuervos, comiendo mi carne desvastada, alimentándose de mis llagas, de la podredumbre de mis pensamientos, y yo en la tierra húmeda me retuerzo desnuda, esperando por un poco de paz, por un poco de luz, que sé, nunca encontraré, porque en esta oscuridad solo encontrare los infinitos y salvajes aullidos de la desesperanza, que alguna vez conocí en otro lugar al que no pertenecí…